A principios del año Alejandro estaba emocionado con un tal Humberto Ecco y su “Laberinto de Foucault”. Por la noche nos leía en voz alta hasta que nos dormíamos soñando con castillos y conjuras de templarios y rosacruces. Por eso cuando me enteré de que visitaríamos un pueblo con un castillo templario me emocioné tanto que se me despeinaron las espinas.
Después de tres horas en tren llegamos a la estación Benicarló-Peñíscola y ya estaba esperándonos un señor que se presentó como Román. No sabía de dónde lo conocía Alejandro pero desde el principio fue muy amable con nosotros.
Cuando subimos en su auto le pregunté si era verdad qué había un castillo ahí. Alejandro le dijo que no me hiciera mucho caso pero Román no lo tomó a mal y nos propuso visitar el castillo del Papa Luna. Yo salté de gusto y de pronto me imaginé entrando con mi regimiento de puercoespines por la puerta principal del castillo.
Desde afuera, el castillo me desilusionó un poco, quizás de tanto ver “El señor de los anillos” me acostumbré a imaginarme todo castillo como Helms Deep. Mi asombro regresó cuando nos adentramos en el último refugio del Papa Benedicto XIII, que según nuestro amigo Román se había exiliado a ese castillo después del cisma de Avignon. Creo que los papas son personajes muy importantes así que puse mucha atención al relato de Román aunque no lo entendí del todo.
Por dentro el castillo tenía muchos pasadizos y hasta un calabozo con una jaula con un esqueleto. Quizás fuera uno de esos piratas que hace siglos azotaban las aguas del mediterráneo y fue capturado y torturado como me contó Alejandro solía hacer
Cuando llegamos a la parte más alta del castillo pudimos dominar con la visión toda la costa valenciana y parte de la catalana. Desearía haber tenido un periscopio para buscar barcos enemigos en la inmensidad azul.
Era una pena que Ickey, Rex, Goaty, Broderico, Patu y Gordu no fueran a Benicarló pues bien hubiéramos podido jugar a los piratas o a los templarios en ese castillo. Por suerte el viaje nos tuvo preparadas otras sorpresas.
Nos quedamos a dormir en casa de Tere y Román. A la mañana siguiente paseando por el jardín descubrí que Tere tiene una gran colección de árboles miniatura que ha de haber empequeñecido con algún rayo marciano. Fue muy divertido ver los árboles como si yo fuera el King Kong de los puercoespines.
La aventura de Benicarló-Peñíscola sólo duró dos días pero Tere y Román nos han invitado a volver y convenceré a Alejandro para que regresemos.
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