Si es la primera vez que regreso a algún lugar es coherente que sea la primera vez que me vaya, al menos que yo me de cuenta, por que para los que leyeron mi perfil sabrán que mi cruce del Gran Mar fue bastante circunstancial.
Los puercoespines no tenemos una idea del tiempo muy elaborada, creemos que es como un bichito que camina y camina y que jamás te puedes comer porque siempre que te lanzas sobre él ya se movió otros dos pasitos. Por eso no pinte rayitas en la pared ni arranque las hojas del calendario para medir el tiempo de estadía en México.
El ajetreo de Alejandro y su madre tratando de meter ropa a esos contenedores que llaman maletas me alertó sobre la inminente partida. Cuando me encomendaron la tarea de instruir a Rex, un hipopótamo que viajaría con nosotros, sobre como debe comportarse durante el vuelo me di cuenta que no había marcha atrás, cruzaría el Gran Mar una vez más.
El día pasó más rápido que un escarabajo tigre y cuando me di cuenta toda la comitiva de perros, osos, koalas, borregos y demás agregados agitaban sus pachonas patas para despedirse de nosotros.
Con todo lo vivido en este día y con esa sensación de tristeza expectante que había en el auto camino al aeropuerto comprendí por qué El camino de regreso de Ismael Serrano había pasado de la oscuridad auditiva al segundo lugar de los “Cuarenta Principales” de la cajita de música de Alejandro.
En el aeropuerto todos intentaban comportarse con normalidad pero se veía que las lágrimas y los abrazos peleaban por protagonismo exterior. Al llegar al umbral de la cueva de embarque los abrazos y las lágrimas que eran potencia se hicieron manifiestos.
Por respeto a todos los que nos despedimos ese día –y ya que insiste Alejandro que toda despedida es una minúscula muerte- no revelaré los detalles de la despedida. Sólo diré que con los ojitos húmedos me encaramé en el hombro de Alejandro y voltee para gritar una Wasa wasa (Hasta luego) a mis primos y prometerles que seguiría molestando a Alejandro.
1 comentario:
Sucede que las pequeñas muertes se cobijan hondamente, se coagulan, se fermentan, y sólo sucede que otra pequeña muerte hace que la anterior se distraiga y ya no se recuerde la otra, la de ayer, la DEL ayer, no la de ahora, la de HOY, la del instante, la que sigue latente, la que ahoga, la que hace que el llanto sea una implosión.
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