sábado, 17 de febrero de 2007

Adios Pluma


Entre sueños escuche que llamaban a al puerta. No pude levantarme a abrir porque, para variar, Rex tenía su pata encima de mí. Pero Tencho e Ickey si se dieron cuenta y presurosos despertaron a Alejandro. Éste emergió de las hondas profundidades del zócalo marino (su edredón con doctorales y serios dibujos de animales marinos) y contestó un asustado y amodorrado – ¿qué pasa?-.

–Alex, haré un viaje- fueron las palabras que salieron de detrás de la puerta. Le hice cosquillas en la panza a Rex y logré salir también del zócalo marino. – ¿Qué, cómo?, pasa ya estoy despierto- balbuceó Alejandro tratando de despegarse algunas lagañas de los ojos para que en verdad pareciera que ya estaba despierto.

La puerta se abrió, era Gaby con Patu y Gordu. –Ale, mi Jefe Pluma se ha convertido en angelito y voy al aeropuerto a buscar un vuelo para México.- Alejandro saltó de la cama y siguió con el carrusel de preguntas – ¿Cómo, cuándo, qué… cuándo te enteraste?-.

Cuando pude salir de la habitación le pregunté a Patu y Gordu el por qué de tanto alboroto y me repitieron lo que ya había escuchado, que el Pluma se había convertido en angelito y tendrían que viajar en avión para verlo entre nubes. Alejandro de pronto adquirió una actitud meditabunda, puso esa cara de nube baja que sólo pone cuando camina sobre las calles que acaban de recibir el regalo de la lluvia. Gaby también estaba diferente, entre sus cotidianos chistes y bromas se le escurrían unas lagrimitas por sus mejillas.

Por más que intentaba sonsacar a Patu y Gordu me di cuenta que ellos tampoco entendían mucho de lo que pasaba. No nos poníamos de acuerdo si era algo triste o feliz pues entre los silencios y las lágrimas salían frases como “está en un lugar mejor” o “era lo que quería”.

Al final del día todas mis dudas sobre plumas, ángeles y viajes permanecían intactas. Al caer la noche me colé en la mochila de Alejandro y cuando me asomé estaba de nuevo en el aeropuerto acompañado por una comitiva que abrazaba a Gaby y le decía palabras llenas de ánimo y cariño. Cuándo le tocó abrazar a Alex, me metí de nuevo en la mochila y sólo alcance a escuchar –Amiguita, salúdame a tu Jefe Pluma y despídete de él… buen viaje.-

El viaje a casa fue silencioso.

miércoles, 7 de febrero de 2007

De la despedida


Si es la primera vez que regreso a algún lugar es coherente que sea la primera vez que me vaya, al menos que yo me de cuenta, por que para los que leyeron mi perfil sabrán que mi cruce del Gran Mar fue bastante circunstancial.

Los puercoespines no tenemos una idea del tiempo muy elaborada, creemos que es como un bichito que camina y camina y que jamás te puedes comer porque siempre que te lanzas sobre él ya se movió otros dos pasitos. Por eso no pinte rayitas en la pared ni arranque las hojas del calendario para medir el tiempo de estadía en México.

El ajetreo de Alejandro y su madre tratando de meter ropa a esos contenedores que llaman maletas me alertó sobre la inminente partida. Cuando me encomendaron la tarea de instruir a Rex, un hipopótamo que viajaría con nosotros, sobre como debe comportarse durante el vuelo me di cuenta que no había marcha atrás, cruzaría el Gran Mar una vez más.


El día pasó más rápido que un escarabajo tigre y cuando me di cuenta toda la comitiva de perros, osos, koalas, borregos y demás agregados agitaban sus pachonas patas para despedirse de nosotros.

Con todo lo vivido en este día y con esa sensación de tristeza expectante que había en el auto camino al aeropuerto comprendí por qué El camino de regreso de Ismael Serrano había pasado de la oscuridad auditiva al segundo lugar de los “Cuarenta Principales” de la cajita de música de Alejandro.

En el aeropuerto todos intentaban comportarse con normalidad pero se veía que las lágrimas y los abrazos peleaban por protagonismo exterior. Al llegar al umbral de la cueva de embarque los abrazos y las lágrimas que eran potencia se hicieron manifiestos.

Por respeto a todos los que nos despedimos ese día –y ya que insiste Alejandro que toda despedida es una minúscula muerte- no revelaré los detalles de la despedida. Sólo diré que con los ojitos húmedos me encaramé en el hombro de Alejandro y voltee para gritar una Wasa wasa (Hasta luego) a mis primos y prometerles que seguiría molestando a Alejandro.