martes, 30 de octubre de 2007

Marrakech, el orden del caos


Mi primera pregunta al enterarme de que nuestro próximo destino sería Marruecos fue —¿Necesitamos visa? —. La respuesta negativa de Alejandro me tranquilizó y me puse a investigar que tipo de insectos y hierbitas podía encontrar en dichas latitudes.

Como saben los lectores estamos acostumbrados a viajar solos o con une petit comité. Ahora la historia es diferente pues nos tocó emprender un viaje con Gaby, Patu, Gordu y seis acompañantes más de nacionalidad catalana. Los relatos que resulten de esta aventura están dedicados a su agradable compañía.

Nuestra primera parada fue Marrakech. El caos hecho ciudad, según palabras de Alejandro. Y miren que para que Alejandro diga que es más caótico del Distrito Federal de verdad necesita haber entropía. El que normalmente se las da de “Juan Camaney” diciendo que todas las urbes europeas son pueblos comparadas con su ciudad natal se vio sobrepasado la avalancha de sensaciones con la que te recibe esta ciudad.

La plaza de Jamaa el Fna es el mejor ejemplo de lo que digo. Para los lectores mexicanos les diré que es algo más grande que la plaza Hidalgo en Coyoacán. Pero en vez de hippies y huapangueros hay encantadores de serpientes que intentan sacarle al turista 200 dirhams por tomarse la foto con una cobra que parece más deshidratada que una hojuela de fresa en un cereal. Aun así yo no me acerqué, pues bien me dijo mi mamá que las serpientes son animales traicioneros que a la primera te clavan los colmillos aunque no te puedan comer.

Un par de horas después se van los encantadores de serpientes y la plaza se llena de puestos de comida. Si, esos puestos callejeros que Alejandro tanto extraña en Barcelona y que sólo había encontrado en Atenas pero a escala reducida. Ya que hablamos de comida les contaré que básicamente me alimenté de escarabajos, de dátiles y de un granito que se llama cous cous.

Algo sorprendente sobre Jamaa el Fna es que la gente que atiende los puestos de comida se pelea por ofrecerte sus productos y te aborda en todos los idiomas conocidos. Nos abordaron en francés, español, inglés y catalán. No me hubiera sorprendido que hasta supieran algo de puercoespinés (¿wala-wala? ).

En fin, después de un día en Marrakech, Alejandro y la compañía estaban como congestionados. Entre dos idiomas que no entendían (francés y árabe marroquí) y el golpe de olores, colores y sabores parecía que la memoria de su ordenador estuviera superada. Con los amigos en este estado fue una suerte que pudieran cruzar las calles exitosamente pues en las calles del centro de Marrakech se pelean los carriles bicicletas, motos, autos, carretas a caballos y autobuses y los semáforos son más que escasos.

Nos quedamos sólo dos días en Marrakech pues debíamos llegar al desierto. Pero ese es otro relato u otra entrada de blog como diría Gilmar.


viernes, 19 de octubre de 2007

La isla de la fantasía


El viaje a Naxos lo hicimos en barco. Pero no en uno de esos barcos que pasan en "Piratas del caribe" que se bambolean con cualquier ola. Tampoco era un Titanic. Más bien era como la ballena que algún día vi en un libro de Alejandro que decía Melville en la portada. Nos posicionamos en la cubierta y Manchus y yo contamos 15 camiones y 10 autos que entraron en su panza. Ya no contamos el número de pasajeros pero seguro que le cabían más que a dos aviones juntos.

Mientras Alejandro fingía que oía música yo sabía que luchaba contra su mareo pues el color de su cara era casi verdoso. Manchus y yo aprovechamos su estado para pasear por los camarotes, los bares y la cabina del barco. Creo que recorrimos todo el barco pues el viaje duro cerca de seis horas y nosotros no nos aburrimos.

Ya en tierra firme los colores regresaron a la cara de Alejandro. No besó la tierra porque el choque visual era tan agradable que ver el suelo hubiera sido desperdiciar los golpes de vista. La postal inicial que nos presentó la isla fue la de un pequeño cerro con las ruinas de la puerta de un tempo cuyo único fondo era el mar Egeo. Las casitas del pueblo eran cúbicas y blancas con algunos detalles azules aunque bien podría ser que el mar les prestara su color para hacerlas más pintorescas.

Nos quedamos en una de esas casitas y para alegría de Alejandro —que si fuera animal marino sería una ballena perezosa— el mar nos quedaba a escasos pasos. Como era de esperarse pasamos mucho tiempo como lagartijas en la arena. Moni y Alejandro leían en voz alta y Manchus y yo jugábamos a enterrarnos en la arena.

La comida fue muy buena para ambos. Yo encontré unos escarabajos bastante raros y saladitos y ellos eran agasajados por el dueño del hotel y chef del restaurante, que lo único que sabía decir en español era Nery Castillo, México”pues aun el citado jugador militaba en las filas del Olympiakos.

Por desgracia cuando uno se la pasa bien el tiempo pasa como un vencejo, así que antes de que pudiéramos acostumbrarnos a la isla de la fantasía ya era tiempo de regresar a Barcelona. Si me piden mi pequeña y espinosa opinión creo que regresaremos a Naxos más tempranos que tarde.