lunes, 24 de diciembre de 2007

Bon nadal!


Los puercoespines no tenemos navidad, de hecho creo que ningún animal la celebra. Consumir y comprar para celebrar el nacimiento de un Dios me parece tan raro como la idea misma de un ser superior que todo lo ve y lo juzga. A pesar de eso, me he dado cuenta de que con pretexto de la navidad las sonrisas son más frecuentes en los adultos, las parejas pasean de la mano, los amigos se hablan por teléfono, se planean grandes comilonas, en los niños se ve un brillo de ilusión más intenso que en otras épocas, hasta Alejandro tararea villancicos de su infancia de manera inconsciente. También hay muchos foquitos y canciones, y como bien saben la luz y los sonidos emocionan mucho a los puercoespines.

Así que me uno al llamado “espíritu navideño” que invade estas latitudes mediterráneas y haciendo uso de este fantástico blog enviaré un espinoso y fraterno abrazo a todos los lectores, no lectores, amigos, enemigos, familiares, conocidos y demás entes que hayan o no pasado su vista por esta bitácora viajera y espinada. Todos mis compañeros de viaje en esta expedición barcelonesa (Ver foto, sólo falta Alejandro) se unen a mi felicitación y la enriquecen deseándoles un feliz año lleno de música y foquitos.

Granada que está ensangrentada




—¿Pero por qué no volvemos ya a Barcelona? — le pregunté a Alejandro en el Ferry de Tánger a Algeciras.

—Tengo un asunto pendiente con Granada. No te he contado pero mi abuelo solía llamarme “el flaco de oro” en honor del compositor de la canción “Granada”. Es una canción famosa ¿recuerdas que le gusta mucho al capitán y que la interpreta uno de esos señores que cantan muy grave?

No pude tararear la tonada pero recordé que en la letra pero había una parte que decía algo sobre una ciudad ensangrentada.

—Esa misma mi querido puercoespín, tienes buena memoria. También habla sobre mujeres que conservan el embrujo de los ojos moros, a ver si encontramos algunas. — continuó con la explicación y me prometió que con tan sólo ver la ciudad entendería más la canción.

Les cuento que Granada es una ciudad bastante pequeña, incluso en comparación con Barcelona. Tiene tres barrios principales. El Sacromonte, que según la guía turística era el barrio gitano. El Realejo o barrio judío; y el Albaycin o barrio moro. Como es nuestra costumbre caminamos casi todo el día y no paramos hasta que nos rugiera la tripa de hambre o se nos secara la lengua por deshidratación.

Recorrimos los tres barrios pero quizás debido a la vibra morisca que traíamos pegada paseamos más por el Albaycín y sus callejuelas empinadas y laberínticas. Entramos a sus teterías famosas y descansamos en sus pequeñas plazas donde se juntaban músicos a tocar flamenco. También era el mejor lugar para ver la majestuosa Alhambra, que según Alejandro acababa de perder una clase de concurso para ser una de las Maravillas del Mundo.

Al ver la Alhambra con la luz del atardecer comprendí porque el tal Agustín Lara escribió eso de la ciudad ensangrentada. Alguien nos dijo que el color rojizo de la Alhambra podía deberse a las guerras entre moros y cristianos que empaparon el suelo de sangre o bien a la cantidad de hierro que tiene la piedra granadina. Yo me inclino por la primera explicación aunque es cierto que los insectos granadinos sabían un poco a metal.

Todo lo que no dormimos en Marruecos lo dormimos en Granada y por ese gran vicio que tiene Alejandro de dormir plácidamente hasta altas horas de la mañana, nos perdimos la entrada al palacio de la Alhambra con todo y las 3 horas de fila que hicimos. Nuestro esfuerzo sólo nos valió entrar a los jardines y al Palacio del Generalife donde había unas plantitas deliciosas y Alejandro se puso en su fase meditabunda que se extendió durante todo el día.

Para contrarrestar el calor veraniego fuimos un día a la ciudad costera de Salobreña donde Alejandro fue picado por un par de medusas que lo obligaron a permanecer como lagartija en la playa mientras yo construía castillos de arena.


lunes, 10 de diciembre de 2007

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Assalemu Aleikum


Después de ocho días en suelo Magrebí casi todos chapuceaban alguna frase en árabe o en francés. Sabíamos que en cada ciudad habría una kasbah y un zoco, que los berebers harían lo imposible para vendernos lo más insignificante y que el té de menta sabía mejor sin azúcar. Por mi parte cada vez que me encontraba un perro o un caballo los saludaba con un “Assalemu Aleikum”.

Salimos del desierto muy temprano para evitar la escalada de calor. Fue una sabia decisión de Assis pues el próximo punto en nuestro mapa, Ikfrane, estaba encaramado en la montaña y en invierno es un puerto de ski. Hubiera sido divertido, aunque no creo que muy saludable, pasar de los 44 grados a los cero y de la arena a la nieve. Por desgracia, en verano Ikfrane no tenía nieve y la diferencia de temperatura no fe tan drástica. Aún así, las diferencias arquitectónicas, gastronómicas y de estilo de vida eran abismales. En Ikfrane no había jaimas ni casas de piedra color sepia. La ciudad estaba repleta de casas a doble agua como si fuera un pueblito de Suecia. No encontré esas langostas tan ricas que había en el desierto y las moscas no eran tan abundantes. Así que me tuve que conformar con las piñas que caían de las coníferas y unos insectos parecidos a las cigarras. La gente iba más elegante. Parecía como si la pobreza fuera un enfermedad del calor y que en el frío la gente podía tener autos y casas grandes. Para que el pobre Assis pudiera descansar pernoctamos en un camping y salimos a la mañana siguiente hacia la ciudad imperial de Fez.

Fez cuenta con un barrio periférico digno de cualquier ciudad latinoamericana, con bancos, comercios pequeños, casas pequeñas, McDonald’s y antenas de celulares. Pensamos que el mote de “ciudad imperial” le quedaba chico hasta que nos sumergimos en su centro. El zoco era un mezcla de Tepito con un mercado de la Edad Media lleno de colores, olores y sabores. Alejandro y compañía hicieron las últimas compras del viaje y yo me dedique a abastecerme de las abejas que se quedaban pegadas a los dulces berebers.

En Fez se pudieron satisfacer dos de los deseos que compartían la mayoría de los viajantes: visitar el interior de una mezquita y de una madrasa. Como cuando te comes una semilla y te salen dos. Hicimos la visita en el mismo día. La madrasa es muy parecida a los conventos, con celdas pequeñas y patios grandes y luminosos. Alejandro me comentó que seguramente se debía a que se necesita tranquilidad de espíritu y silencio para desenredar los versos crípticos de cualquier texto considerado como sagrado ya sea el Corán, la Biblia o la Torá. Como casi siempre hago cuando empieza a hablar de religiones, me alejé lentamente pues es un tema que no entiendo. Sin quererlo, al huir me escurrí dentro de una mezquita justo a la hora del rezo. Como no quería ser irrespetuoso y parecer un turista que cree que las mezquitas son, igual que las iglesias cristianas, centros de interés turístico simplemente imité a los fieles que se tendían sobre sus tapetes con devoción y me puse a rezar. Nadie notó mi presencia y al terminar pude alcanzar al grupo que ya se dirigía rumbo a un mausoleo que en su tiempo fue mezquita. Fingí estar impresionado de estar dentro de una mezquita. No compartí mi secreto mas que con Alejandro y se puso tan contento con mi respeto que me compró casi 300 g. de dátiles.


A día siguiente fuimos a Meknes, una ciudad muy parecida a Fez, pero en escala un poco menor. Pasamos como japoneses por la ciudad pues al día siguiente teníamos que salir a las 3:00 a.m. rumbo a Tánger, donde tomaríamos el ferry de vuelta a España. Nos esperaba la última parada del viaje: Granada.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Scorchy de Arabia, el gladiador




¿Ustedes le creerían Alejandro si un día les dice —Mañana estaremos en el desierto Scorch? Yo no. Y menos si pone esa cara de seriedad aventurera que te hace dudar si te está haciendo una jugarreta para hacerte repelar o quiere que te prepares para la aventura. Cuando dijo — Te he comprado unos dátiles para el camino, pero si quieres proteína mejor que caces algunas moscas en el Zoco de Marrakech — supe que estaba hablando en serio y días de aventura se cernían sobre nosotros. Así que después de dos días abandonamos el orden del caos de Marrakech.

Antes de continuar el relato, haré un breve paréntesis para contarles de nuestro chofer, guía y amigo Assis. Sucede que los expedicionarios catalano-mexicanos tenían la loca idea de rentar dos autos y recorrer las carreteras de Marruecos guiados por unos mapas sacados de Internet, su intuición y quizás un astrolabio. Al llegar al aeropuerto les comentaron que esa no era la mejor de las ideas y que dado que nunca habíamos estado en el país lo más recomendable era rentar una furgoneta y dejar que un guía nos condujera por los agrestes caminos marroquíes (que dicho sea de paso están mejor asfaltados que los mexicanos). Fue de esta manera como ese joven marroquí, curioso de la mujer occidental, religioso y simpático se unió a nuestra marcha magrebí.

Nuestra primera parada fueron las gargantas de Todrá y Dadés. Unos impresionantes desfiladeros que han labrado durante milenios los ríos en el alto Atlas dejaron en silencio a los aventureros. Mientras tomaban fotos y caminaban meditabundos yo pude llenar unas botellitas con agua fresca de la montaña para prepararme para la sequedad del desierto, pues los puercoespines no estamos acostumbrados a los climas secos.

La última parada antes llegar desierto fue en Aitt Benhaddou. Seguro no les dice nada el nombre (a nosotros tampoco en el momento) pero cuando nos contaron que era la kasbah mejor conservada del mundo musulmán y que por eso fue aprovechada como locación para películas como Lawrence de Arabia y Gladiador todo hizo sentido para mí. Sin ningún problema me vi atrapado junto con Maximus en el mercado de esclavos y luchando con él en el coliseo de su primera batalla. También pude situarme perfectamente en el lugar de Lawrence mientras negociaba con los imperialistas ingleses rodeado de jeques.

En menos de lo que lo que un bereber ofrece sus mercaderías, el paisaje mutó de rocas a arena. Esto quería decir que habíamos llegado al final de los 500 kilómetros que separan Merzouga de Marrakech. La carretera se lleno de granitos de arena, anuncios de pensiones y bolas de paja como en las caricaturas del coyote y el correcaminos. De pronto Assis dio un volantazo y nos internamos en un desierto de arena negruzca. Anduvimos unos cinco minutos y, como si fueran un oasis, las casitas de Merzouga empezaron a aparecer en el horizonte. Llegamos a las cuatro de la tarde y el calor ya había bajado a ¡nada más 46 grados!

Llegamos a la pensión y un singular hombre que se hacía llamar Hassan “El rey del desierto” nos anunció que nuestro viaje por el desierto lo haríamos de noche. Aunque hubo protestas en el grupo, pues muchos querían ver el atardecer en el Erg Chebbie (la puerta del Sahara), se aceptó la decisión y después de un descanso acalorado vimos caer la noche en la orilla del desierto de dunas. Yo descubrí que a ras de arena saltaban unos grillos que tenían un sabor seco y penetrante.

Para mi sorpresa la expedición la hicimos a lomo de dromedario. Alejandro se maravilló de descubrir que la profesión de camellero seguía existiendo y yo me sorprendí de lo malgeniudos que eran los amigos jorobados. Aunque pensándolo bien, supongo que yo también estaría molesto si mi trabajo fuera cargar turistas gritones que se sienten más seguros dentro un auto que sobre su giba. Como el trayecto duró poco más de dos horas pude platicar con uno que se llamaba Jimmy Hendrix y me sorprendió su sabiduría. Me explicó como leyendo las estrellas y saboreando el viento se podía guiar por las escurridizas dunas.

Lo mejor de la aventura en el desierto, además de los traseros adoloridos de mis amigos viajantes (Ja!) fue dormir al aire libre a mitad del desierto con las estrellas como único techo. Voy a confesarles que no veo mucho las estrellas debido a que el manto estelar me hace sentir aún más diminuto de lo que soy. Pero esta vez parecía como si estuvieran imantadas y fuera imposible quitar la vista de ellas. Como bien dijo Alejandro —este es uno de esos momentos para los que el único homenaje posible es el silencio. Y lo fue hasta que amaneció.


martes, 30 de octubre de 2007

Marrakech, el orden del caos


Mi primera pregunta al enterarme de que nuestro próximo destino sería Marruecos fue —¿Necesitamos visa? —. La respuesta negativa de Alejandro me tranquilizó y me puse a investigar que tipo de insectos y hierbitas podía encontrar en dichas latitudes.

Como saben los lectores estamos acostumbrados a viajar solos o con une petit comité. Ahora la historia es diferente pues nos tocó emprender un viaje con Gaby, Patu, Gordu y seis acompañantes más de nacionalidad catalana. Los relatos que resulten de esta aventura están dedicados a su agradable compañía.

Nuestra primera parada fue Marrakech. El caos hecho ciudad, según palabras de Alejandro. Y miren que para que Alejandro diga que es más caótico del Distrito Federal de verdad necesita haber entropía. El que normalmente se las da de “Juan Camaney” diciendo que todas las urbes europeas son pueblos comparadas con su ciudad natal se vio sobrepasado la avalancha de sensaciones con la que te recibe esta ciudad.

La plaza de Jamaa el Fna es el mejor ejemplo de lo que digo. Para los lectores mexicanos les diré que es algo más grande que la plaza Hidalgo en Coyoacán. Pero en vez de hippies y huapangueros hay encantadores de serpientes que intentan sacarle al turista 200 dirhams por tomarse la foto con una cobra que parece más deshidratada que una hojuela de fresa en un cereal. Aun así yo no me acerqué, pues bien me dijo mi mamá que las serpientes son animales traicioneros que a la primera te clavan los colmillos aunque no te puedan comer.

Un par de horas después se van los encantadores de serpientes y la plaza se llena de puestos de comida. Si, esos puestos callejeros que Alejandro tanto extraña en Barcelona y que sólo había encontrado en Atenas pero a escala reducida. Ya que hablamos de comida les contaré que básicamente me alimenté de escarabajos, de dátiles y de un granito que se llama cous cous.

Algo sorprendente sobre Jamaa el Fna es que la gente que atiende los puestos de comida se pelea por ofrecerte sus productos y te aborda en todos los idiomas conocidos. Nos abordaron en francés, español, inglés y catalán. No me hubiera sorprendido que hasta supieran algo de puercoespinés (¿wala-wala? ).

En fin, después de un día en Marrakech, Alejandro y la compañía estaban como congestionados. Entre dos idiomas que no entendían (francés y árabe marroquí) y el golpe de olores, colores y sabores parecía que la memoria de su ordenador estuviera superada. Con los amigos en este estado fue una suerte que pudieran cruzar las calles exitosamente pues en las calles del centro de Marrakech se pelean los carriles bicicletas, motos, autos, carretas a caballos y autobuses y los semáforos son más que escasos.

Nos quedamos sólo dos días en Marrakech pues debíamos llegar al desierto. Pero ese es otro relato u otra entrada de blog como diría Gilmar.


viernes, 19 de octubre de 2007

La isla de la fantasía


El viaje a Naxos lo hicimos en barco. Pero no en uno de esos barcos que pasan en "Piratas del caribe" que se bambolean con cualquier ola. Tampoco era un Titanic. Más bien era como la ballena que algún día vi en un libro de Alejandro que decía Melville en la portada. Nos posicionamos en la cubierta y Manchus y yo contamos 15 camiones y 10 autos que entraron en su panza. Ya no contamos el número de pasajeros pero seguro que le cabían más que a dos aviones juntos.

Mientras Alejandro fingía que oía música yo sabía que luchaba contra su mareo pues el color de su cara era casi verdoso. Manchus y yo aprovechamos su estado para pasear por los camarotes, los bares y la cabina del barco. Creo que recorrimos todo el barco pues el viaje duro cerca de seis horas y nosotros no nos aburrimos.

Ya en tierra firme los colores regresaron a la cara de Alejandro. No besó la tierra porque el choque visual era tan agradable que ver el suelo hubiera sido desperdiciar los golpes de vista. La postal inicial que nos presentó la isla fue la de un pequeño cerro con las ruinas de la puerta de un tempo cuyo único fondo era el mar Egeo. Las casitas del pueblo eran cúbicas y blancas con algunos detalles azules aunque bien podría ser que el mar les prestara su color para hacerlas más pintorescas.

Nos quedamos en una de esas casitas y para alegría de Alejandro —que si fuera animal marino sería una ballena perezosa— el mar nos quedaba a escasos pasos. Como era de esperarse pasamos mucho tiempo como lagartijas en la arena. Moni y Alejandro leían en voz alta y Manchus y yo jugábamos a enterrarnos en la arena.

La comida fue muy buena para ambos. Yo encontré unos escarabajos bastante raros y saladitos y ellos eran agasajados por el dueño del hotel y chef del restaurante, que lo único que sabía decir en español era Nery Castillo, México”pues aun el citado jugador militaba en las filas del Olympiakos.

Por desgracia cuando uno se la pasa bien el tiempo pasa como un vencejo, así que antes de que pudiéramos acostumbrarnos a la isla de la fantasía ya era tiempo de regresar a Barcelona. Si me piden mi pequeña y espinosa opinión creo que regresaremos a Naxos más tempranos que tarde.


domingo, 23 de septiembre de 2007

¡Se incendia Grecia!


Escuché en las noticias que el fuego abrasaba decenas de hectáreas de bosques en Grecia. Me preocupé mucho por los colegas animalillos que tuvieron que salir de su madriguera a toda velocidad para salvar sus vidas.

Todavía con la noticia fresca fui a la nevera por un poco de helado de hierbitas para mitigar el calor barcelonés cuando Alejandro me anunció, bailando como Zorba el griego, que nuestro próximo destino sería precisamente la ardiente Grecia.

—Pero se esta quemando, ¿acaso no has visto las noticias? —. Le dije mientras imaginaba que mi helado se derretía.

—Los medios magnifican todo Scorch, seguramente no hay noticias que dar y por eso ponen tanta atención en los incendios en Grecia,—. Me contestó con esa cara entre seria y bromista que ustedes ya conocen. Luego agregó —Además ya pagué el boleto y vamos con Moni y Manchus­.

Así que ahí estábamos, en Atenas a veinticinco grados centígrados a la hora del amanecer y con planes de subir hacia la Acrópolis al medio día. Manchus y yo tomamos precauciones y robamos unas botellitas de agua para beber o para apagar un posible fuego.

Después de una larga caminata por fin llegamos a la Acrópolis. Yo esperaba ver algo espectacular pero creo que el fuego llego antes que nosotros pues de la maravilla del mundo que me describió Alejandro sólo quedaban edificaciones en mármol rodeadas de andamios. Manchus y yo quedamos decepcionados pero al parecer Alejandro y Moni estaban bastante contentos pues tomaron fotografías como turistas japoneses y no dejaban de exclamar alabanzas sobre el mundo clásico.

Al bajar de la Acrópolis los termómetros ya rozaban los cuarenta grados y nosotros ya no teníamos ni una gota de agua. Empezamos a resentir el calor y por fortuna encontramos un parque. Moni y Alex durmieron un rato a la sombra de los árboles y yo aproveché para cazar algunos insectos y condimentarlos con las excelentes especias griegas.

Como dice Alejandro “de todo se aprende” y a partir de ese día no volvimos a salir sin una botella de agua de dos litros en la mochila. Al día siguiente visitamos Sounion, según Alejandro, la parte más al sur de la península y sitio del templo a Poseidón, el cual era el último paisaje que veían los marineros antes de salir para Asia Menor. En Sounion nos sumergimos en el mar por primera vez en el verano.

Según Alejandro y Moni, Atenas es una ciudad donde se respira un ligero aire de subdesarrollo que les recuerda a Latinoamérica. Yo no estoy tan seguro, no entiendo nada de griego y no se si los griegos me están saludando, me están insultando o se burlan de mi peinado. Duramos dos días en Atenas y las causas, los azares y las terribles agencias de viajes griegas hicieron de la isla de Naxos nuestra próxima parada. Espero que no haga mucho calor.


lunes, 3 de septiembre de 2007

Buscando a la rana



Nunca me he llevado bien con las ranas, y Alejandro y Gaby hablaban todo el rato de ir a buscar una rana al centro de Salamanca. Creo que al Patu y al Gordu tampoco les interesaba mucho eso de buscar batracios en vez de conocer otros lugares, pero como no pensábamos quedarnos en casa después de 10 horas en autobús desde Barcelona salimos a buscar a la dichosa rana. Mientras discutíamos si la dichosa rana sería como la rana René o como Patas Verdes, Rami y Elena –nuestros anfitriones- nos avisaron que ese día la búsqueda se suspendería pues iríamos a comer a Miranda del Duero. No me emocioné mucho hasta que me enteré que el pueblo estaba en Portugal. ¡Iba a salir de España por primera vez desde el fatídico episodio en Turquía! Para mi sorpresa no había ni un guardia en la frontera. Pensé que las fronteras naturales eran un mito, pero ahí estaba El Duero como frontera, sin armas ni detectores de de metales, sólo agua y unos insectos deliciosos.

Al día siguiente tampoco fuimos a buscar la rana, pero igual fuimos engañados. Nos prometieron ir a la alberca y los muchachos y yo pensamos que pasaríamos la tarde chapoteando en uno de esos hoyos que tienen agua en medio. Sin embargo llegamos a un pueblo medieval del mismo nombre La Alberca. Cuando Alejandro me explicó que en España a la alberca que conocemos le dicen piscina lo comprendí todo. Aún así las plantitas curadas y el banquete que me di en la Ermita de los Mosquitos valieron el viaje.

El plan para nuestro último día era visitar la catedral vieja y nueva, la Casa de las Conchas, la Plaza Mayor y la Universidad de Salamanca. Pensé que se les había olvidado la insensatez de buscar una rana, aunque pensándolo bien donde hay ranas hay insectos y donde hay insectos hay comida para mí. Así que le recordé a Alejandro. —Si Scorch ya vamos, ahora la buscaremos— me contestó.

En el jardín de Calixto y Melibea decidí no cazar nada ni comer nada de hierbitas hasta que llegáramos a donde estaba la rana. Cuando llegamos frente a la puerta de la universidad Alejandro nos dijo—Llegamos muchachos, busquen la rana— Patu, Gordu y yo nos quedamos de a cuatro pues no estábamos en ningún estanque y lo único que había eran garzas en los campanarios de las iglesias contiguas. — ¿Pero y la rana? — le reclamé a Alejandro y su respuesta hizo que casi me desmayase —pero si es de piedra Scorch, está escondida en la fachada churrigueresca de la puerta de la universidad, acaso creías que era de verdad—. Para quedar bien le dije que no, que sólo bromeaba, lo que es cierto es que me arrepentí de no haberme alimentado en las orillas del Tormes.


lunes, 30 de julio de 2007

Prisionero del Imperio Otomano


Perdonen que hay desaparecido del ciberespacio algunas semanas más de lo habitual. Si tuviera que responsabilizar a alguien de mi ausencia el culpable número uno sería Alejandro pues de pronto se le ocurrió ponerse a escribir sobre temas que le gustan. Si no es “el mal” es el “cambio climático” o el “genocidio en Ruanda”. Domina el ordenador como un dictador y ni siquiera me da unas moneditas para ir al locutorio más cercano arguyendo que es por mi seguridad. Me dice —espera Scorch, ten paciencia, recuerda que no tienes papeles y si te pesca un tío de esos de la guardia urbana vamos a tener problemas, ve como tratan a los marroquíes o a los bolivianos —.

Como un puercoespín zen he tenido paciencia y ahora que Alejandro duerme puedo contarles y desahogar mi pequeña alma sobre un evento que nos ocurrió ya hace algunos meses. Antes de continuar quisiera dedicar este humilde juego de letras a Sara, que vivió (aún más que nosotros) en carne propia la barbarie de la segregación y de la obsesión por la seguridad que reina en los dichosos países del primer mundo.

Todo empezó con las ganas de Gaby, Patu y Gordu por conocer el Cuerno de Oro que dicen forma Estambul vista desde el Bósforo y que Alejandro también leyó de una novela titulada Bizancio de Stephen Lawhead. La magia del Internet y de del dinero electrónico nos dieron los pases para ir a la ciudad que tanto me daba risa por que rimaba con manopla, Constantinopla.

Como nuestros demás viajes, lo único que provocó quejas en Alejandro fueron los incómodos asientos de avión. Pensamos que nada sería peor que tres horas incómodos en un avión, pero estuvimos equivocados pues el destino nos tenía preparados 34 horas de detención en el aeropuerto Atatürk.

Como todas las tragedias la nuestra empezó con un desborde de alegría por haber aterrizado y de no encontrarnos en la lista de las nacionalidades que necesitaban visa para entrar a Turquía. Y bueno, no estábamos en la lista de los ciudadanos que requieren visa normal, pero si que estábamos en la que requiere visa consular y para tener una visa consular había que regresar a Madrid.

Nuestra alegría se esfumó tan rápido como los top mantas que recogen sus mercancías ante el pitazo de que viene la policía. Como Alejandro era el único que sabía hablar en el idioma del enemigo (inglés, no turco) a través de él nos enteramos de que nos iban a regresar a Barcelona y que la única opción de que pudiéramos pasar requeriría de la intervención de la agencia de viajes que nos vendió los paquetes turísticos. Creyéndoles esta última promesa nos dejamos arrastrar hacia lo que parecía una comisaría de policía donde nos tomaron declaración de todos los bienes que llevábamos. Entre nuestro equipaje teníamos cosas tan diversas como pan de mixcalco (acabado de mandar por la mamá de Alejandro), alas de mosca con hijas de hinojo y un provocador libro que iba leyendo Alejandro de título nada sugestivo (El atentado de Yasmina Khadra).

Yo temblaba de miedo dentro de la chamarra de Alejandro y a través del cierre sólo podría distinguir las caras de angustia de Sara y Gaby, que sin saber inglés estaban expensas al inglés aturcado de nuestros captores y a la traducción de Alejandro.

Cuando volví asomarme ya no pude ver a las chicas y a su vez ante mi aparecieron hombres que luego me enteré estaban en situación parecida a la nuestra. Venían de países tan raros como Uzbekistán y tan comunes como Rumania o los Estados Unidos. Cada uno tenía una historia diferente que contar y para escucharlos todos se reunían alrededor de una mesa con tabaco en mano.

Tenía las piernas aturdidas del miedo y no me animé a salir hasta que Alejandro comprobó que no había peligro. Así pude ver que el cuarto estaba dotado de cámaras de video vigilancia, tenía tres baños y dos regaderas, Había unos quince sillones cama que sólo podían desdoblarse a partir de las diez de la noche y hasta las ocho de la mañana. Había también un teléfono público y una televisión que vomitaba programas en turco.

Alejandro me confirmó que Sara, Gaby, Patu y Gordu estaban en una celda contigua y que estaban bien. Lo que no supo decirme es cuándo saldríamos. Las horas pasaron y como no sabían de mi existencia los guardias nada más le trajeron comida a Alejandro. Yo hice lo posible para que las moscas que llevaba me aguantaran lo más posible.

Como ya dije, pasaron 34 horas para que pudiéramos salir. Según me enteré después también salimos gracias a 113 euros de llamadas y mensajes de texto y a la providencial ayuda de nuestros amigos en Barcelona.

No ha sido fácil pasar la página de esa experiencia pero creo que escribirla me ayudará ahuyentar a las serpientes turcas que luego aparecen en mis sueños. Bueno, Alejandro ha despertado y creo que si piensa escribir en su tesis sobre esos abusos vale la pena dejarle un rato el ordenador para ver si en un futuro las estaciones migratorias de los aeropuertos dejan de existir.

martes, 26 de junio de 2007

¿Y dónde está la luna de Valencia?



—¿Recuerdas aquella luna enorme que salía en la película de Lucía y el Sexo? Pues vamos hacia el lugar dónde sale esa luna —. Así fue como me enteré que íbamos a Valencia. Durante las cuatro horas en el tren soñé con esa luna que parecía un enorme disco de queso o una gran bombilla luminiscente que atraía hacia a mí los insectos más deliciosos.

Paseamos un rato por el centro de la ciudad y yo esperaba la noche ansiosamente. Por desgracia justo cuando empezaba a caer el sol nos entramos al teatro a ver “Homo Políticus”. Debo decir que se me olvidó lo de la luna con la obra de teatro en dónde todos salían desnudos como yo. Por su parte Alejandro estaba contentó de reencontrarse con Paola, a la cual según me contó llevaba más de año y medio sin ver.

Acabó la función y nos adentramos a la noche valenciana. ¡Pero era una noche valenciana sin luna! Por más que la buscaba por detrás de los edificios no la hallé. La única respuesta que conseguí fue un —Pero si es luna nueva Scorch, tuvimos mala suerte. —

Como no entendí es de la luna nueva, pues al día siguiente le pedía a Alejandro que fuéramos a la playa para que los edificios no me taparan. Ni aún así tuvimos suerte, la luna estaba escondida y se negaba a salir. Al ver mi decepción, Alejandro prometió llevarme a un lugar con la promesa de —Vas a flipar Scorch, créeme. —

Y de verdad flipé. Estar en la Ciudad de las Artes y las Ciencias es como estar en otro planeta. Hay edificios en forma de tortugas gigantes y otros que parecen barcos espaciales. También hay túneles que amenazan con mudarte de dimensión. Los insectos y las hierbitas tampoco sabían mal., tenían un sabor de río bastante peculiar.

Pero la aventura no quedó ahí, entramos al barco espacial obra de un tal Calatrava y en su interior había muchos juguetitos. Espejos que te cambian la forma, básculas que te dan la cantidad de agua que tiene tu cuerpo, salas con ruidos de selva, botes con olores de mar, distorsionadores de voz, en fin todo para mantener a un niño ocupado por todo un día. No quiero decir que Alejandro sea un niño, pero tiene la cualidad de divertirse con cosas simples y si yo que me divierto hasta con mi sombra pues ya se imaginarán que casi nos corrieron del museo.

El último día fuimos al Oceanografic con la esperanza de cumplir mi sueño de vivir bajo el mar como el cangrejo de La Sirenita, pero por más que intenté tirarme a alguna pecera Alejandro me detenía. Cambié de opinión cuando en un tanque vi un gran tiburón que casi hizo que me hiciera pipí del susto. He aquí el tremendo tiburón:

http://www.youtube.com/watch?v=ElPWqsTGqaA

Poco después nos alcanzaron el Patu, el Gordu y la Gaby. Paseamos por la ciudad y encontramos una feria de embutidos y vino de la cual Gaby y Alejandro salieron rodando. Hacia la noche del domingo tomamos el tren de regreso a Barcelona y yo por si las dudas busqué la luna todo el camino hasta que me quedé dormido.


lunes, 11 de junio de 2007

“Que tinguem sort” o “Los catalanes están vivos”



Nos vamos para el Empordà, Scorch. — Me dijo Alejandro una tarde de jueves. No es que tuviera otros planes pero después de una agitada semana de conciertos me apetecía descansar un poco.

Como mis quejas no surtieron efecto, la tarde del viernes nos quedamos de ver con Martí —un amigo de la hermana de Alejandro— en la estación de trenes de Passeig de Gracia para emigrar hacia el noreste de Cataluña.

Dormí todo el camino y cuando desperté estábamos dentro de una carpa esperando a que saliera un tal Lluis Llach a cantar. No lograba recordar que tuviéramos alguna canción suya en la cajita mágica hasta que escuché a Martí contar que había sido un cantautor muy famoso en Cataluña durante la dictadura franquista.

Me sorprendió ver abarrotado aquel lugar pues en los conciertos anteriores a los que fuimos hubo varias butacas vacías. El ambiente también era distinto, había una expectación que se contagiaba. Luego me enteré que era el último concierto de dicho cantautor y que por eso mucha gente había recorrido toda Cataluña para verlo representar una última vez en su pueblo natal, Verges.

El concierto fue enteramente en catalán por lo que no entendí ni midja paraula. Aunque Alejandro diga que le entendió casi a todo yo creo que se le subió el vino y ya no se acuerda que se la pasó preguntándole a Martí cada cinco minutos por el significado de las canciones.

El concierto tuvo un halo de intimidad que ni Alejandro ni yo comprendimos pero que pudimos sentir. Jamás habíamos visto que los catalanes aplaudieran tan fuerte o que sacaran encendedores para acompañar una balada. Era impresionante, jamás nos imaginamos que aquellos que usan el jo te estimo en vez del jo te amo pudieran sentir tan hondo los últimos versos de Llach.

He aquí una traducción de la canción que caló más hondo en los corazones de los catalanes y que una vez que Alejandro le entendió no ha dejado de escuchar.

Si me dices adiós,
quiero que el día sea limpio y claro,
que ningún pájaro
rompa la armonía de su canto.
Que tengas suerte
y que encuentres lo que te ha faltado en mí.

Si me dices "te quiero",
que el sol haga el día mucho más largo,
y así, robar tiempo al tiempo de un reloj parado.
Que tengamos suerte,
que encontremos todo lo que nos faltó ayer.

Y así toma todo el fruto que te pueda dar
el camino que, poco a poco, escribes para mañana.
Que mañana faltará el fruto de cada paso;
por eso, a pesar de la niebla, debes caminar.

Si vienes conmigo,
no pidas un camino llano,
ni estrellas de plata,
ni un mañana lleno de promesas, sólo
un poco de suerte,
y que la vida nos dé un camino
bien largo.

Debo decir que nos sentimos un poco mal —la mamá de Alejandro diría con la cara ardiendo de vergüenza­­— de haber juzgado tan mal a los catalanes. Sobre todo después de la muestra de amistad incondicional que nos entregó Martí. Con decirles que nos invitó a comer con su familia y hasta nos llevó al lugar donde el Pirineo se hunde en el mar y donde yo pude saborear los más deliciosos insectos y la más extravagante vegetación.

La promesa que quedó del viaje y me consta que Alejandro la ha cumplido es no volver a quejarse de los catalanes a pesar de las provocaciones, que siempre están latentes.


martes, 15 de mayo de 2007

A día de hoy


Esta vez fuimos al Auditori y nos tocó una noche de esas en que las nubes amenazan con inundar el mundo y sólo se contentan alumbrando el cielo como si este fuera una gran cámara con flash integrado. Patu y Gordu se quejaron pues casi se pierden el concierto por culpa del trabajo de Gaby. Por fortuna la hora del concierto era atípica y a eso de las 10:30 todos corrimos para instalarnos en nuestras butacas de 20 euros. Una vez más, como en el caso del concierto anterior, la suerte estuvo de nuestra parte y sí bien no estábamos compartiendo butacas con las palomas había unas 10 filas de asientos libres enfrente de nosotros. De tal manera que cuando apagaron las luces y los músicos dejaron salir sus primeros acordes, al mejor estilo mexicano, nos saltamos todas las líneas que pudimos. Unos catalanes se mostraron dubitativos, pero otra mexicana y su acompañante argentina si que nos siguieron ante las atónitas miradas de los demás espectadores. Yo saltaba de la emoción, pues ahora podía ver mejor lo que ocurría en el escenario. Alejandro parecía estar a gusto con el movimiento pues quedó en un mejor ángulo para espiarle el perfil a la citada argentina.

El concierto estuvo lleno de canciones que yo no conocía y al parecer tampoco Alejandro. Luego me explicó que era la presentación del nuevo disco de Aute y que por eso no conocíamos las canciones. Aun así, cada tres o cuatro temas nuevos, el artista complacía a su callado público catalán, que por cierto tardó como 45 minutos en gritar su primer “¡guapo!” o “¡te quiero!” al Aute. Sonaron Giraluna, Slowly, Mojándolo Todo y Me va la vida en ello y el público amenazaba con despertar, pero el intento se quedaba en amenaza cuando oían otro tema nuevo.

Sobre los temas nuevos, a Alejandro le llamó la atención uno inspirado en Imagine, otro en homenaje a Velásquez, Goya y Picasso y el que el da el título al disco, A día de hoy. Estos últimos días se ha convertido en una de sus canciones más escuchadas. Les pondré un pedacito de la canción. Ustedes le ponen la música, compran el CD o lo bajan de Internet.

"A día de hoy podría decir que la sombra que arrastro se me escapa.
A día de hoy podría decir que perdí los tesoros de los mapas
A día de hoy sólo puedo decir que la nada fue el fin de cada etapa
A día de hoy solo quiero decir que no se de donde vengo ni a dónde voy
A día de hoy podría decir que el azar fue el demiurgo de mis sueños"

Cuando terminó esa canción Aute guardó a sus músicos y sólo hizo uso de la guitarra. Con ella cantó Las cuatro y diez, De alguna manera, Sin tu latido y Anda. El público por fin despertó, cantó y vitoreó a Aute. Se despidió y regresó un par de veces más. Una para cantar Volver a verte que casi nadie cantó pero que Alejandro si interpretó con su horrible voz. La última parecía ser La belleza pero fue una trampa y cantó otra que ahora no recuerdo. —¡La belleza! — gritaba Alejandro a todo pulmón. Uno que otro se unía a su reclamo, pero cuando prendieron las luces se vieron derrotados. Todo lo que repitió Alejandro en el bus de regreso a casa fue un —¡No cantó La belleza! —.

miércoles, 2 de mayo de 2007

La canción de Penélope



El concierto de Loreena Mckennitt fue todo un evento que sacudió la vida familiar. Alejandro se puso una polo, un pantalón de pana y hasta zapatos. Creímos que eso ocurría sólo cuando pasaba el Haley, ya que ni con la perspectiva de salir con una tía guapa se acicala tanto.

Con el Patu y el Gordu también perjumados, partimos hacía el recinto del concierto. Creíamos que nos iba a tocar atrás del atrás y ni con binoculares podríamos ver a la dichosa Loreena. Por fortuna el recinto era muy pequeño y nuestros asientos estaban casi en medio del en medio.

Sin retardo alguno comenzó el concierto. The mummers’ dance, Caravanserai, The Gates of Istambul sonaron y Gaby y Alex parecían como hechizados por el arpa de la rubia mujer.

Antes de la cuarta canción Loreena dijo lo siguiente:

I think of the journeys undertaken by many people in ancient times: arduous, often lengthy, and with the prospect of never returning always a possibility. Indeed, these are not just ancient experiences but also contemporary ones. And when we think of journeys, we hear not only the voices of those doing the leaving –to fight wars, to flee persecution, or simply in search of a better life- but also the voices of those who are left behind. Hence the perspectives of Odysseus’s wife Penelope comes to mind. This song is very special for us, is called Penelope’s song.”

Como si fuera a capturar un pez o una mariposa, Alejandro sacó su cámara y la puso en modo de video. Desde que comenzaron los acordes introductorios de la canción le cambió el semblante. Digamos que se le suavizó tanto que corría el riesgo de derretirse. Intentó seguir con la cámara lo que ocurría en el escenario, pero las manos le temblaban y de sus ojos empezaron a escurrir gotitas saladas. Al terminar la canción tardó un tiempo en reaccionar y aplaudir como el resto del público. El concierto siguió pero su semblante no llegó a ser tan natural y limpio como en esa canción. Le he preguntado que sintió durante la canción y lo único que conseguí fue un -escúchala Scorchy- He aquí la canción, la menos la letra. Si alguien conoce mejor a Alejandro favor de decirme que pudo pensar al escucharla, la duda me come.

Now the time has come
Soon gone is the day
There upon some distant shore
You’ll hear me say

Long as the day in the summer time
Deep as the wine-dark sea
I’ll keep your heart with mine
Till you come to me.

There like a bird I’d fly
High through the air
Reaching for the sun’s full rays
Only to find you there

And in the night when our dreams are still
Or when the wind calls free
I’ll keep your heart with mine
Till you come to me.

Now the time has come
Soon gone is the day
There upon some distant shore
You’ll hear me say

Long as the day in the summer time
Deep as the wine-dark sea
I’ll keep your heart with mine
Till you come to me.


martes, 24 de abril de 2007

De butacas y acordes


La música es un invitado que nunca se va de esta casa. Ya sea en fiestas, comidas, en el metro o en la soledad del trabajo las dos cajitas musicales siempre tienen una melodía para rellenar el aire que respiramos. Cuando no escuchamos ni una nota, los muchachos y yo tomamos la temperatura de Alejandro para verificar que no esté enfermo.

A pesar de nadamos en música jamás había ido a un concierto. La única vez que se presentó la oportunidad, no me llevó pues era en una discoteca y según Alejandro me podía perder. Yo creo que más bien tenía intenciones de ligotear y no quería intromisiones puercoespinales.

Ya lo había estado molestando con que me llevara a un concierto y lo único que me respondía era un -son muy caros Scorch-. Por suerte esta última semana mi suerte cambió y con emoción recibí la noticia de que iríamos a un concierto el sábado por la noche y a otro el miércoles.

Lo que parecía una semana tranquila sin idas a la universidad y sin visitas en casa se convirtió en un paraíso de butacas y acordes. Quería narrar esta semana en un solo post pero como los tres conciertos a los que fui fueron diferentes le dedicaré a cada uno un espacio diferente. Los amantes de Loreena Mckennitt, Luis Eduardo Aute y Lluis Llach, y aquellos que conozcan las debilidades musicales de Alejandro se divertirán con los posts.

domingo, 8 de abril de 2007

Un pedazo de muro



Manchus y yo poco sabemos sobre la historia de los hombres. Sin embargo, un tema sobre el que estamos someramente enterados es la Segunda Guerra Mundial. Con frecuencia dan documentales en la televisión que hacen recreaciones de los combates o cuentan algún detalle curioso de ese evento. Hemos también estado en sesiones de cine joligudense que nos han divertido bastante.

Pero Berlín no fue como una de esas películas. Caminamos y caminamos. Visitamos museos, monumentos, iglesias, hasta los restos de una pared. Si no fuera por sus conversaciones Manchus y yo nos hubiéramos aburrido de los lindo.

Por ejemplo, ante un parque con juegos para niños y una pequeña escuela Alejandro comentó lo siguiente:

—Es increíble que ahora jueguen niños sobre este lugar. — Exclamó Alejandro después de que Mr. Pieper le explicó que en esa manzana estuvo ubicada la última casa de Adolf Hitler y que su famoso ahora estaba cubierto por bloques habitacionales.

Mr. Pieper es papá de Johannes, nuestro anfitrión y abuelo de Juanito, un oso muy grande que nos dijo muchas cosas de Berlín. No sabíamos que estuvo dividida por un muro y que la gente se peleaba por saltarlo. Le encontramos sentido a la historia hasta que visitamos Checkpoint Charly y nos enteramos de todas las historias de escape de Alemania de Este a Alemania del Oeste. Ese fue un museo divertido pues parecía salido de esas películas que comentaba al principio. Sin embargo, Moni y Alex no salieron tan a gusto pues argumentaban que era una visión demasiado gringa y parcial del Berlín de la posguerra.

No sabemos si Moni y Alex estaban en sus cinco pues se tomaban un litro y medio de cerveza diario, así que no les hacíamos mucho caso y nos aprovechamos de sus etílicas costumbres y les robamos varios centilitros.

Como no nos dejaron comprar souvenirs para la comitiva nos tuvimos que traer cachos de esa pared que tanto fotografían.


domingo, 18 de marzo de 2007

Un caballero templario


A principios del año Alejandro estaba emocionado con un tal Humberto Ecco y su “Laberinto de Foucault”. Por la noche nos leía en voz alta hasta que nos dormíamos soñando con castillos y conjuras de templarios y rosacruces. Por eso cuando me enteré de que visitaríamos un pueblo con un castillo templario me emocioné tanto que se me despeinaron las espinas.

Después de tres horas en tren llegamos a la estación Benicarló-Peñíscola y ya estaba esperándonos un señor que se presentó como Román. No sabía de dónde lo conocía Alejandro pero desde el principio fue muy amable con nosotros.

Cuando subimos en su auto le pregunté si era verdad qué había un castillo ahí. Alejandro le dijo que no me hiciera mucho caso pero Román no lo tomó a mal y nos propuso visitar el castillo del Papa Luna. Yo salté de gusto y de pronto me imaginé entrando con mi regimiento de puercoespines por la puerta principal del castillo.

Desde afuera, el castillo me desilusionó un poco, quizás de tanto ver “El señor de los anillos” me acostumbré a imaginarme todo castillo como Helms Deep. Mi asombro regresó cuando nos adentramos en el último refugio del Papa Benedicto XIII, que según nuestro amigo Román se había exiliado a ese castillo después del cisma de Avignon. Creo que los papas son personajes muy importantes así que puse mucha atención al relato de Román aunque no lo entendí del todo.

Por dentro el castillo tenía muchos pasadizos y hasta un calabozo con una jaula con un esqueleto. Quizás fuera uno de esos piratas que hace siglos azotaban las aguas del mediterráneo y fue capturado y torturado como me contó Alejandro solía hacer la Inquisición.


Cuando llegamos a la parte más alta del castillo pudimos dominar con la visión toda la costa valenciana y parte de la catalana. Desearía haber tenido un periscopio para buscar barcos enemigos en la inmensidad azul.

Era una pena que Ickey, Rex, Goaty, Broderico, Patu y Gordu no fueran a Benicarló pues bien hubiéramos podido jugar a los piratas o a los templarios en ese castillo. Por suerte el viaje nos tuvo preparadas otras sorpresas.

Nos quedamos a dormir en casa de Tere y Román. A la mañana siguiente paseando por el jardín descubrí que Tere tiene una gran colección de árboles miniatura que ha de haber empequeñecido con algún rayo marciano. Fue muy divertido ver los árboles como si yo fuera el King Kong de los puercoespines.

La aventura de Benicarló-Peñíscola sólo duró dos días pero Tere y Román nos han invitado a volver y convenceré a Alejandro para que regresemos.


miércoles, 7 de marzo de 2007

10,006


-¿Crees qué 10,006 kilómetros sean muchos?- me preguntó Broderico poco después de haber escuchado una conversación en donde se repetía esa cifra constantemente.

- Creo que mejor deberíamos preguntarle a Gilmar, él es el experto en números y letras- le contesté

Para llamar su atención le quitamos la chela a Gilmar. Cuando por fin nos hizo caso nos miró algo sorprendido por la pregunta. Le regresamos su cerveza y después de darle un largo trago nos soltó un discurso sobre el amor, la relatividad de las distancias y la calidad del servicio de tal o cual aerolínea.

Cuando saltaron las primeras lágrimas de sus ojos y nos empezaron a salpicar dejamos el tema por la buena y mejor nos fuimos a jugar con combinaciones del 10,006 en la computadora de Vinny.

Justo cuando creíamos que después de sumar, restar, permutar y aplicar otras formulas raras teníamos una respuesta a nuestra pregunta Alejandro me metió a la mochila y nos fuimos a casa. Ya en casa me enteré que 10,006 kilómetros era la distancia de Barcelona a México y que el tío Gilmar era le poseedor del record en recorridos ida y vuelta en un lapso de un mes.

sábado, 17 de febrero de 2007

Adios Pluma


Entre sueños escuche que llamaban a al puerta. No pude levantarme a abrir porque, para variar, Rex tenía su pata encima de mí. Pero Tencho e Ickey si se dieron cuenta y presurosos despertaron a Alejandro. Éste emergió de las hondas profundidades del zócalo marino (su edredón con doctorales y serios dibujos de animales marinos) y contestó un asustado y amodorrado – ¿qué pasa?-.

–Alex, haré un viaje- fueron las palabras que salieron de detrás de la puerta. Le hice cosquillas en la panza a Rex y logré salir también del zócalo marino. – ¿Qué, cómo?, pasa ya estoy despierto- balbuceó Alejandro tratando de despegarse algunas lagañas de los ojos para que en verdad pareciera que ya estaba despierto.

La puerta se abrió, era Gaby con Patu y Gordu. –Ale, mi Jefe Pluma se ha convertido en angelito y voy al aeropuerto a buscar un vuelo para México.- Alejandro saltó de la cama y siguió con el carrusel de preguntas – ¿Cómo, cuándo, qué… cuándo te enteraste?-.

Cuando pude salir de la habitación le pregunté a Patu y Gordu el por qué de tanto alboroto y me repitieron lo que ya había escuchado, que el Pluma se había convertido en angelito y tendrían que viajar en avión para verlo entre nubes. Alejandro de pronto adquirió una actitud meditabunda, puso esa cara de nube baja que sólo pone cuando camina sobre las calles que acaban de recibir el regalo de la lluvia. Gaby también estaba diferente, entre sus cotidianos chistes y bromas se le escurrían unas lagrimitas por sus mejillas.

Por más que intentaba sonsacar a Patu y Gordu me di cuenta que ellos tampoco entendían mucho de lo que pasaba. No nos poníamos de acuerdo si era algo triste o feliz pues entre los silencios y las lágrimas salían frases como “está en un lugar mejor” o “era lo que quería”.

Al final del día todas mis dudas sobre plumas, ángeles y viajes permanecían intactas. Al caer la noche me colé en la mochila de Alejandro y cuando me asomé estaba de nuevo en el aeropuerto acompañado por una comitiva que abrazaba a Gaby y le decía palabras llenas de ánimo y cariño. Cuándo le tocó abrazar a Alex, me metí de nuevo en la mochila y sólo alcance a escuchar –Amiguita, salúdame a tu Jefe Pluma y despídete de él… buen viaje.-

El viaje a casa fue silencioso.

miércoles, 7 de febrero de 2007

De la despedida


Si es la primera vez que regreso a algún lugar es coherente que sea la primera vez que me vaya, al menos que yo me de cuenta, por que para los que leyeron mi perfil sabrán que mi cruce del Gran Mar fue bastante circunstancial.

Los puercoespines no tenemos una idea del tiempo muy elaborada, creemos que es como un bichito que camina y camina y que jamás te puedes comer porque siempre que te lanzas sobre él ya se movió otros dos pasitos. Por eso no pinte rayitas en la pared ni arranque las hojas del calendario para medir el tiempo de estadía en México.

El ajetreo de Alejandro y su madre tratando de meter ropa a esos contenedores que llaman maletas me alertó sobre la inminente partida. Cuando me encomendaron la tarea de instruir a Rex, un hipopótamo que viajaría con nosotros, sobre como debe comportarse durante el vuelo me di cuenta que no había marcha atrás, cruzaría el Gran Mar una vez más.


El día pasó más rápido que un escarabajo tigre y cuando me di cuenta toda la comitiva de perros, osos, koalas, borregos y demás agregados agitaban sus pachonas patas para despedirse de nosotros.

Con todo lo vivido en este día y con esa sensación de tristeza expectante que había en el auto camino al aeropuerto comprendí por qué El camino de regreso de Ismael Serrano había pasado de la oscuridad auditiva al segundo lugar de los “Cuarenta Principales” de la cajita de música de Alejandro.

En el aeropuerto todos intentaban comportarse con normalidad pero se veía que las lágrimas y los abrazos peleaban por protagonismo exterior. Al llegar al umbral de la cueva de embarque los abrazos y las lágrimas que eran potencia se hicieron manifiestos.

Por respeto a todos los que nos despedimos ese día –y ya que insiste Alejandro que toda despedida es una minúscula muerte- no revelaré los detalles de la despedida. Sólo diré que con los ojitos húmedos me encaramé en el hombro de Alejandro y voltee para gritar una Wasa wasa (Hasta luego) a mis primos y prometerles que seguiría molestando a Alejandro.