miércoles, 18 de febrero de 2009

México otra vez





Esta vez el viaje a México fue planeado con anticipación. Como la vez pasada, y debido a que es la manera más barata de llegar según Alejandro, cruzamos por Gringolandia, específicamente por Nueva York. Nuestra estancia invernal en la Gran Manzana será tema de otro post.

Llegamos a México justo a tiempo para el famoso Maratón Guadalupe-Reyes, en el cual Alejandro tuvo una destacada participación, su panza chelera-fritanguera es prueba fehaciente de su notable esfuerzo. Yo me reencontré con mis primos y les conté todas las aventuras del año. Como Urchy y Torchy son puercoespines caseros dudaron de mucho de lo que les decía pero al ver las fotos del blog como que se lo pensaban y me daban el beneficio de la duda. Pasamos un gran rato molestando a Alejandro y a sus hermanos, fue como la reunión de los tres mosquiteros (ojo, los que cazan mosquitos).

Lo mejor de la estancia fueron los 5 días que pasamos en Nautla. Dados mis escasos conocimientos de geografía les diré lo que me comentó Alejandro: “Es una playa virgen entre Veracruz y Tecolutla, hay muchos insectos y plantas varias, así que seguro se la pasarán bien.”. Tenía razón, nos hartamos de comer insectos y plantas tropicales y hasta hicimos algunos amigos cangrejos. Mientras, Alejandro y su familia se divertían de una forma rara, ya sea asoleándose, bamboleándose en las olas del mar o visitando ruinas.

Otro evento memorable de nuestra estancia mexicana fue la graduación de Alejandro como cocinero enfrente de su mamá. Territorial como todas las amas de casa, su mamá desconfiaba de las recetas de su hijo, hasta que las probó un par de veces. Ya entrada en confianza con frecuencia le encargaba a Alejandro que hiciera la comida mientras ella salía a pasear. Obviamente el menú alejandriano estuvo lleno de cerdo, res, papa y platillos exóticos que ha aprendido o que se toba de páginas web. Sobra decir que todos los miembros de su familia subieron algunos gramos durante nuestra estancia.

Hubo eventos en los que no fui requerido o simpemente estaba muy ocupado planeando travesuras con mis primos y Alejandro olvidó llevarme. Aún así les cuento que Alejandro pudo usar su traje (si, ese evento que pasa cada eclipse lunar) pues asistió a la boda de su prima Mariana, a la cual la felicito desde este espacio de letras espinosas. Tampoco me llevó al cumpleaños de Maira, aun sabiendo que un pariente mío (Santos) vive con ella desde hace algún tiempo. Hubo más fiestas, quedadas y noches de bar pero eso es materia para Paty Chapoy o Salsa Rosa.

Después de casi dos meses en México, y ya que nos habíamos vuelto parte del paisaje cotidiano, tuvimos que volver, una vez más vía Nueva York. Se que les prometí que contaría las andanzas americanas en otro post pero no me aguanto las ganas de contarles que casi perdimos el avión de regreso a Barcelona en Nueva York. La causa: la nieve, los retrasos en el metro y el exceso de confianza de Alejandro.

Para no hacerles el cuento largo salimos con una hora de anticipación para llegar al aeropuerto dos horas antes. Ingresamos al metro y tardó en llegar 15 minutos debido al clima. Al llegar, todos los vagones estaban llenos y no pudimos subir coin la maletita (de 25 kilos) que traíamos. A mi compañero le entró la histeria y su gran idea fue salri a tomar un taxi, no importando lo que costara. Para nuestra sorpresa casi todos los taxis terminaba turno a esa hora y nadie quería ir hasta JFK. Por fortuna uno (el conductor era dominicano) se atrevió, pero mejor nos acercó hasta otra estación de metro (15 minutos) que no tuviera le mismo problema que la otra. Después de 30 minutos y 17 dólares llegamos Penn Station y de ahí una hora minutos hasta el tren de JFK. Para los que lleven las cuentas, nuestra hora de anticipación se había esfumado y el avión estaba a 45 minutos de salir cuando llegamos al tren de JFK. Otros 15 minutos en el tren y la corrida más espectacular de su vida nos posicionó con media hora para la salida enfrente del mostrador de Air Lingus. Por fortuna, y aunque le duela aceptarlo a Alejandro, nos salvó un control de seguridad que la NSA ejecutaba antes de abordar nuestro avión. Ufff… respiró Alejandro y yo pude recobrar la vertical pues después de la carrera acabé de cabeza en su bolsillo de la chamarra. Así que con este thriller me despido hasta el próximo post