jueves, 14 de agosto de 2008

Ich liebe Wienna



Gracias a una apuesta que hizo Alejandro con la Gaby volamos gratis a Viena. Por si fuera poco tenemos buenos amigos en la ciudad de la princesa Sissy, así que tampoco pagamos hospedaje. Alejandro y Gaby se reencontraron con Poi y yo con la simpática Vale y su ejército de animalitos.

Nos quedamos en una casa enorme con mucho jardín donde pude comer catarinas y uno que otro gusano. En la casa también vivían un par de niñas más pequeñas que Vale de nombres Filomena y Serafina, que se divertían rascándome la pancita y presentándome amigos.

Por la ciudad les diré que Alejandro esperaba más de ella. Supongo que se imaginaría caminando entre palacios con una guapa austriaca de noble familia vistiendo uno de esos vestidos que parecen de algodón de azúcar. A pesar de su usual problema de expectativas, pudimos recorrer la ciudad alegremente, Patu, Gordu, Gaby, Alejandro y yo.

Lo primero que quisimos verificar fue el Danubio y ahí si nos llevamos una pequeña decepción pues es solo un pequeño ramal del río el que pasa por la ciudad. Aún así, Alejandro pudo imaginarse muy bien las grandes fiestas en los tiempos de Franz Ferdinand.

Lo que no fallaron fueron los palacios. Era como tener varios Palacios de Bellas Artes de México, uno junto a otro y uno más impresionante que el anterior. Visitamos todos los palacios por fuera pues estábamos reservando nuestro presupuesto para ver a un tal Klimt, el cual al principio supuse que sería un novio de Gaby pues se la pasaba hablando de él a todas horas. No fue hasta que entramos a un museo que me enteré que el tal Klimt era un pintor de un movimiento llamada de Secesión, que usaba oro y plata en sus cuadros.

Ya que vimos los cuadros de Klimt pues visitamos varios jardines que tiene Viena en su interior y que se llenan de lagartijas humanas al más mínimo rayito de sol. Por último nos mezclamos un poco con la sociedad vienesa pues asistimos al cumpleaños de Vale, donde se dejó venir un alud de niños austriacos que corrían, jugaban por toda la casa. Fue chistoso ver como el pobre Max (pareja de Poi) contaba las horas para que los papás vinieran a recoger a sus fierecillas.


Como se nos acababa el tiempo y teníamos palacios y jardines hasta en las amígdalas decidimos cruzar la frontera y pasar nuestro último día en Bratislava, Eslovaquia.