lunes, 7 de abril de 2008

Pisando historia


En octubre pasado fuimos a Roma. Tardamos seis horas para encontrar un lugar donde dormir. No porque no hubiera habitaciones sino porque las que había eran demasiado caras para el presupuesto de Tere y Alex.

Como si fuera un Sanborn’s en México o el Café Zurich en Barcelona, quedamos de ver a Oli y Paco (amigos de Alex) enfrente del Panteón Romano. Los encontramos entre centuriones y turistas que se apilaban para tomar una foto del templo dedicado a todos los dioses romanos. Fue un encuentro feliz, lleno de chismes, abrazos y recuerdos.


En lo que respecta a la visita a la capital del imperio más grande de la historia, les diré que fue algo bastante cansado pues a cualquier lugar donde se voltee hay un monumento, una piedra, una iglesia, un camino con varios miles de años de historia. Debido a nuestra restricción de tiempo, decidimos simplemente caminar y ver lo que la ciudad nos pusiera a la vista. Eso si, Tere y Alejandro decidieron que no nos podíamos perder el Coliseo, la Capilla Sixtina y la Fontana de Trevi.

Lo primero que vimos fue El Vaticano. Alejandro me explicó que es el país más pequeño del mundo, pero con todo el oro que vi dentro de la Basílica de San Pedro creo que se podrían alimentar muchos animalitos que han sido víctimas del calentamiento global. Lo único que me gustó del Vaticano fue la Capilla Sixtina. Es como uno de esos libros de “Encuentra a Wally” pero mucho mejor pintado. Mientras Alejandro sacó fotos donde no estaba permitido yo me divertí buscando animales en los frescos de la capilla.


La Fontana de Trevi me gusto mucho. Me pareció una gran piscina donde además si buceabas un poco podías encontrar moneditas. Sin que me vieran Alex y Tere (estaban aventando monedas a la fuente) me metí a la fuente y saque unos cuantos euros con los que después compre un rico helado.

Dejamos lo mejor para el final, El Coliseo. El abuelo de los estadios de fútbol es un edificio impresionante donde se siente la vibra del combate y el sufrimiento. Como ya me había leído Alejandro el libro de Espartaco no me fue difícil imaginarme los combates entre hombres y animales, donde casi siempre salían ganando mis congéneres. A los pies del Coliseo estaba el Palatino y también lo visitamos, ahí fue donde comí una hormigas cuyas tataratatarabuelas seguramente conocieron a Julio Cesar.


Abandonamos Roma para ir a otra ciudad donde por cada lado que se pise se pisa un lugar donde se escribió algo famoso o pasó algo que se enseña en los libros de historia.

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