lunes, 3 de septiembre de 2007

Buscando a la rana



Nunca me he llevado bien con las ranas, y Alejandro y Gaby hablaban todo el rato de ir a buscar una rana al centro de Salamanca. Creo que al Patu y al Gordu tampoco les interesaba mucho eso de buscar batracios en vez de conocer otros lugares, pero como no pensábamos quedarnos en casa después de 10 horas en autobús desde Barcelona salimos a buscar a la dichosa rana. Mientras discutíamos si la dichosa rana sería como la rana René o como Patas Verdes, Rami y Elena –nuestros anfitriones- nos avisaron que ese día la búsqueda se suspendería pues iríamos a comer a Miranda del Duero. No me emocioné mucho hasta que me enteré que el pueblo estaba en Portugal. ¡Iba a salir de España por primera vez desde el fatídico episodio en Turquía! Para mi sorpresa no había ni un guardia en la frontera. Pensé que las fronteras naturales eran un mito, pero ahí estaba El Duero como frontera, sin armas ni detectores de de metales, sólo agua y unos insectos deliciosos.

Al día siguiente tampoco fuimos a buscar la rana, pero igual fuimos engañados. Nos prometieron ir a la alberca y los muchachos y yo pensamos que pasaríamos la tarde chapoteando en uno de esos hoyos que tienen agua en medio. Sin embargo llegamos a un pueblo medieval del mismo nombre La Alberca. Cuando Alejandro me explicó que en España a la alberca que conocemos le dicen piscina lo comprendí todo. Aún así las plantitas curadas y el banquete que me di en la Ermita de los Mosquitos valieron el viaje.

El plan para nuestro último día era visitar la catedral vieja y nueva, la Casa de las Conchas, la Plaza Mayor y la Universidad de Salamanca. Pensé que se les había olvidado la insensatez de buscar una rana, aunque pensándolo bien donde hay ranas hay insectos y donde hay insectos hay comida para mí. Así que le recordé a Alejandro. —Si Scorch ya vamos, ahora la buscaremos— me contestó.

En el jardín de Calixto y Melibea decidí no cazar nada ni comer nada de hierbitas hasta que llegáramos a donde estaba la rana. Cuando llegamos frente a la puerta de la universidad Alejandro nos dijo—Llegamos muchachos, busquen la rana— Patu, Gordu y yo nos quedamos de a cuatro pues no estábamos en ningún estanque y lo único que había eran garzas en los campanarios de las iglesias contiguas. — ¿Pero y la rana? — le reclamé a Alejandro y su respuesta hizo que casi me desmayase —pero si es de piedra Scorch, está escondida en la fachada churrigueresca de la puerta de la universidad, acaso creías que era de verdad—. Para quedar bien le dije que no, que sólo bromeaba, lo que es cierto es que me arrepentí de no haberme alimentado en las orillas del Tormes.


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